La riqueza no es más que un instrumento para conseguir otro fin
En esta oportunidad, desde la Comisión de Licenciados en Economía queremos presentar una discusión moderna sobre la idea de desarrollo y el bienestar de las personas y de los países. En artículos anteriores pusimos foco sobre las decisiones de las unidades económicas individuales; ahora ampliamos el enfoque para analizar la situación de las mismas dentro de la sociedad en la que se encuentran insertas.
En esta instancia, pretendemos presentar un tema de estudio muy actual para la ciencia económica y que genera acaloradas discusiones entre los economistas especializados en el tema y sus diferentes abordajes: nos referimos al desarrollo humano.
La idea de medir el bienestar de una sociedad a partir de su riqueza material, como puede ser el producto bruto interno per cápita, ha tenido su auge y decadencia en el siglo XX. Ya desde los años 60s y 70s -y mucho antes si nos remontamos al propio Adam Smith- varios economistas comenzaron a cuestionar la validez de la riqueza material a la hora de poder tener una idea del desarrollo de una sociedad y de las condiciones de vida de sus habitantes; para poder así compararla con otras, además de conocer si se avanza en una senda de progreso humano. Al fin y al cabo el éxito de una economía y de una sociedad tiene que evaluarse por la calidad de vida que pueden llevar sus miembros; y no es la generación de riqueza la que establece dicha calidad de vida, o por lo menos no es la única variable a tener en cuenta.
Resulta necesario plantearse interrogantes tales como: ¿Es el nivel de ingreso un determinante para llevar una vida larga y saludable? ¿O el hecho de llevar una vida larga y saludable es lo que determina un alto ingreso, en función de ciudadanos sanos y productivos que logran alcanzar su mayor potencial para un mejor desempeño en los diversos ámbitos de la vida? No existen evidencias concluyentes y son estas disyuntivas las que en un principio impulsaron a los científicos a buscar respuestas más allá de lo material.
Fueron una camada de científicos de la talla del economista indio y premio Nobel Amartya Sen, el economista pakistaní Mahbub ul Haq o la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, entre muchos otros, los que fundaron las modernas teorías del desarrollo humano, las cuales, citando a Sen tienen sus orígenes en la filosofía de Aristóteles, quien ya en la Grecia clásica consideraba que “la riqueza no es más que un instrumento para conseguir otro fin”.
Todo este bagaje teórico permitió poner en el centro del análisis al ser humano y apuntando a todo aquello que lo hace humano -siempre desde la perspectiva del bienestar- teniendo en cuenta, ahora sí, aspectos nunca antes vislumbrados: la salud, la nutrición, la educación, la posibilidad de satisfacer las necesidades materiales, las libertades políticas, económicas, sociales e individuales, las posibilidades y las potencialidades que las personas valoran para llevar una vida digna y muchas otras facetas de la vida humana difíciles o imposibles de enumerar en un listado exhaustivo. Lo concluyente de todas las dimensiones humanas que se pretendan listar, apuntan a una perspectiva del desarrollo que, según lo define el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), consiste en el proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos.
Fue justamente el PNUD quien tomó la posta, bajo la iniciativa del economista Mahbub ul Haq y con el apoyo y asesoramiento de los mejores especialistas, incluyendo a Amartya Sen, desarrollando lo que se conoce como Índice de Desarrollo Humano. Se trata de un índice compuesto que intenta captar tres dimensiones del desarrollo humano: la salud, la educación y el bienestar material, mediante la utilización de indicadores estadísticos que las representan: la esperanza de vida al nacer, los años promedio y esperados de educación y el ingreso per cápita.
Desde 1990 y con periodicidad anual, este índice muy fácil de entender e interpretar permitió tener una idea básica del nivel de desarrollo de todos los países, posibilitando no sólo ubicarlos en un ranking internacional a modo comparativo sino, quizá más importante, dotando a los hacedores de políticas de un instrumento que les permite encauzar los esfuerzos en aquellas dimensiones deficitarias.
El último informe publicado por el PNUD fue en 2014, en cuyo año la Argentina obtuvo un valor del índice de 0,808; ubicándola en el puesto 49, último entre el grupo de los países de desarrollo, muy alto y solo superada en América Latina por Cuba y Chile, que obtuvieron valores de 0,815 y 0,822 respectivamente. El día 14 del corriente mes se hará público el informe 2015 y recién ahí se podrá conocer la posición y situación más actual de nuestro país.
Cabe agregar que el Informe del PNUD ha ido evolucionando año a año y siempre sorprende con sus incorporaciones tales como índices multidimensionales referidos a pobreza, medio ambiente, población, género, niñez y un sin fin de aspectos socioeconómicos que hacen y determinan la vida de las sociedades, más allá del nivel de ingresos o del crecimiento económico.
En definitiva, los objetivos de la ciencia económica van más allá de los resultados netamente economistas asociados a recursos, ya que estos resultados pueden determinar situaciones sociales muy diferentes. Es necesario evaluar aplicaciones de los recursos e inversiones en la sociedad si el objetivo es el desarrollo del ser humano y no la mera acumulación de riqueza. En este último punto cabe destacar la misión que nos toca como economistas, la de producir indicadores que constituyan herramientas útiles para el hacedor de políticas económicas.
Finalmente, desde la Comisión de Economía, tenemos como principal objetivo acercar las herramientas y los recursos de nuestra formación, potenciándolos y compartiéndolos con la sociedad. Asimismo, esperamos que los temas tratados sean del interés de los profesionales que formamos este Consejo, como así también para la sociedad en su conjunto.