Los beneficios de correr
Escribe Natalia Suppa
Un título que sin dudas puede tomar muchas más de las 750 palabras necesarias para cumplir con los parámetros de este artículo. Es tanto lo que se puede decir al respecto y tantas las perspectivas desde las cuales analizar los innumerables beneficios del correr, que el gran desafío de escribir es en realidad elegir una de las tantas ideas y sintetizarla. Hacemos el intento…
Suele asociarse el correr, por suerte cada vez menos, con una actividad exclusiva de gente entrenada, o joven, o con aspiraciones competitivas, y solemos olvidarnos que corremos desde los inicios de la humanidad, aunque lamentablemente la evolución, o mejor dicho la involución de la especie, nos haya llevado a volvernos animales cada vez más sedentarios.
El correr como actividad recreativa se ha convertido en los últimos años en un auge a nivel mundial y ha venido a instalar un cambio de paradigma, a demostrar que la actividad física no es excluyente de algunos pocos dotados genéticamente, que puede y debe realizarse independientemente de nuestro sexo, edad, condición física, o de si tenemos o no un pasado más o menos sedentario. Ya no son pocos los “locos” que corren por parques, ciclo vías, avenidas, plazas, pistas o senderos de cerros y caminos rurales. Y más todavía con el fenómeno de los “grupos de entrenamiento”, que han venido a convertir la actividad solitaria e individual de correr en un actividad grupal. En un grupo de entrenamiento se conoce gente, se comparte, se descubren puntos en común con personas que quizá no nos encontraríamos en otros ámbitos de nuestra vida cotidiana. El correr iguala, acerca, diluye diferencias. Todo converge en ese punto en el cual se comparte el cansancio, el esfuerzo, el orgullo del objetivo logrado. El entendimiento tácito de todo lo que pasa por la cabeza de quien comparte una trepada, un camino difícil, o un paisaje imponente delante de nuestros ojos.
Por diferentes motivaciones o razones se empieza a correr. La prescripción de un médico, la necesidad de perder peso o simplemente de hacer algo que mejore nuestra salud, nos llevan a empezar, sin poder dimensionar o siquiera imaginar, la cantidad de beneficios que al poco tiempo harán que el correr se haya enraizado tan hondo, que no podremos dar respuesta al hecho de haber dejado esa actividad que de chicos nos hacía tan felices. Simplemente correr.
Y así, de a poco, esa antigua minoría de “locos” se ha convertido en una masa de gente que empieza a contagiar y atraer, a sumar adeptos, a mostrar que el correr implica simplemente calzarse un par de zapatillas y salir a encontrarnos con un mundo que teníamos tan a la mano y que sin embargo no sabíamos o no nos atrevíamos a descubrir.
Más allá del objetivo que cada persona se plantee al empezar a correr, los beneficios son tantos más que los que podamos llegar a imaginarnos. General- mente, se tiende a pensar directamente en los beneficios físicos de la actividad, que sin dudas son importantísimos (mejoramiento de los sistemas cardiovascular, pulmonar, digestivo, aceleración del metabolismo, fortalecimiento muscular, incremento de la expectativa de vida, y un gran etc.). Pero con sólo dar los primeros pasos descubrimos un sinfín de beneficios tanto o más importantes que los físicos.
Somos cuerpo, mente y espíritu, y el correr permite equilibrar esos tres pilares. Corremos y aunque nos resistiéramos, nuestro cuerpo cambia, mejora, se fortalece, se purifica; nuestra mente se aquieta, se clarifica, se proyecta; nuestro espíritu se magnifica, se descubre, se potencia. Somos, desde cualquier perspectiva, ni más ni menos que mejo- res personas. ¿Y sólo por correr? Sí, sólo por correr. Y aquí surge un planteo un poco más filosófico. ¿No se convierte acaso esto entonces en una obligación moral para con nosotros y quienes nos rodean? ¿Si con un acto tan simple como correr, los beneficios redundan, nuestras virtudes se potencian, nuestro espíritu se eleva, nuestras intenciones mejoran, trascendemos nuestro egoísmo, nos libramos de ataduras, y simplemente descubrimos nuestra esencia, no puede calificarse de irresponsable o hasta negligente la decisión de no hacerlo o al menos intentarlo? ¿Cuando muchas veces, la responsabilidad social nos llama a la
puerta y no encontramos herramientas para aportar a la causa, no tenemos acaso en el correr la posibilidad de aportar a una sociedad más sana, más calma, más amable, con mejores intenciones, y sencillamente más feliz? Queda abierto el debate.