Dos oídos y una boca: el Arte del Escuchar
Las personas tenemos la necesidad de comunicarnos. Esto para algunos puede ser una tarea titánica. Cómo lo hacemos, qué tono de voz usamos, qué dice nuestro cuerpo, son los indicios para comprender cuan competente somos comunicándonos con los que nos rodean. Las neurociencias sostienen que gracias al surgimiento del lenguaje, los seres humanos pudimos sobrevivir, crear familias y lazos de pertenencia, organizarnos en pequeños grupos para conseguir el alimento y asegurarnos un lugar para refugiarnos. Gracias al desarrollo de nuestro lóbulo frontal, parte fundamental de nuestro cerebro cortical, podemos realizar actividades complejas como reflexionar acerca de nosotros mismos, aprender de nuestros errores y expandir nuestra conciencia, buscando como fin último, trascender. Hablamos todo el día y en cada interacción, no somos conscientes de cómo lo hacemos. Podríamos decir que vivimos en el lenguaje. Ahora, aunque aprendemos a hablar antes que a caminar, a medida que nos relacionamos con los demás, nos damos cuenta que hablar no es saber conversar. La danza del conversar implica una relación entre el hablar y el escuchar. Las ciencias de la comunicación comprobaron que “yo digo lo que digo, pero el otro que escucha, escucha lo que él quiere”, porque resulta que es en “el escuchar” donde le impregnamos sentido al mensaje. ¿Cómo es esto?. Es porque “el escuchar” valida a “el hablar”. Es necesario que aprendamos a chequear si lo que el otro escuchó es lo que yo le quise decir porque naturalmente incurrimos en una distorsión. Por eso, es tan importante dar y recibir feedback y decirle al otro lo que escuchamos o preguntar si ha comprendido lo que le acabamos de decir. Esta práctica es importante sobre todo si trabajamos coordinando personas a las que debemos orientar o liderar.
Escuchar no es simplemente oír. Es oír más interpretar, explica la ontología del lenguaje, disciplina que sostiene que el lenguaje es acción. Al escuchar no escuchamos sólo palabras sino también acciones, y a eso le adicionamos intenciones. Entonces, escuchar es comprender lo que el otro me quiere decir y muchas veces “re contextualizar“ lo escuchado. Es ir más allá de las palabras, es escuchar los sentimientos del otro y observar el contexto en que se da la conversación para luego interpretar. Aunque no tengamos conciencia de esto, todos lo hacemos. Por ejemplo, podemos comenzar a poner atención en la coherencia entre lo que dice nuestro hijo adolescente y lo que expresa su cuerpo y su tono de voz.
Si a esto le sumamos que existe una voz interna: un criticón, un adulador, un inseguro, un exigente que nos habla constantemente frente a cualquier cosa que sucede, la comunicación se complejiza aún más. Ser conscientes nos libera de muchos sufrimientos y nos abre la posibilidad de cambio. Escucharse a uno mismo es el primer paso para reducir la distorsión propia de la percepción con la que nos comunicamos con los demás. El arte de escuchar es una práctica que nos dará relaciones más felices y más eficaces.