Una deuda pendiente: Argentina y el desarrollo equilibrado de su territorio
En la Argentina actual conviven, en términos de desarrollo, diferentes países dentro de un mismo país. Nadie puede negar que aún hoy existan marcados contrastes en términos de bienestar entre los habitantes de la franja norte del territorio, la franja central y el sur del país. Mientras las regiones centrales,(región metropolitana y pampeana), concentran la mayor parte del capital productivo agrícola e industrial, la mayor masa de trabajadores y de capacidad científico-tecnológica, existen sobre todo en el norte, economías más dependientes del sector primario y los servicios personales, con niveles inferiores de productividad, producto percápita y salarios, con empleos de menor calidad y mayor incidencia de informalidad. Todo esto afecta la atracción de inversiones y el surgimiento y localización de nuevas empresas, contribuyendo así a que las condiciones de vida de la población se encuentren por debajo de las del resto del país, presentando mayores niveles de pobreza y desigualdad.Esto ha sido así históricamente y continúa en lo que va del siglo XXI. Incluso en los períodos de crecimiento del país, la brecha que separa las áreas dinámicas y las áreas marginales se ha amplificado, llevando a la desaparición de las relaciones de complementariedad e instalando un proceso de urbanización que vació las regiones pobres, debilitó el campo y contribuyó a la fractura interna en las ciudades, cada vez más grandes y anárquicas. En este contexto, los ciudadanos de áreas ricas y pobres conviven dentro de un entorno de segregación, violencia y marginalidad que imposibilita la creación de lazos sociales económicos y culturales estables, esenciales para el desarrollo de una sociedad equitativa y justa. Son numerosos los factores económicos, políticos, sociales y geográficos que determinan que se generen desequilibrios territoriales, que en muchos casos se dan también dentro de las provincias que componen la región. Abordarlos requiere inevitablemente enfocar la mirada hacia el interior de los territorios. Esto permite comprender el funcionamiento de sus sociedades y los sistemas de organización de la producción y el consumo e identificar los déficits, los recursos y las capacidades locales para construir las estrategias necesarias que creen las condiciones y produzcan las sinergias suficientes para fortalecer un proceso de crecimiento inclusivo y equilibrado.
La economía, por su parte, puede aportar herramientas para abordar este desafío. Una de ellas, es la teoría del desarrollo económico local endógeno. Este marco teórico surge como uno de los desarrollos basados en la Teoría del Crecimiento Endógeno, iniciada por Romer, Sala i Mart´In y Lucas, entre otros, que hace de la innovación tecnológica un fenómeno interno a la propia función de producción, dejando en el pasado la concepción neo clásica del “factor residual” de Solow. La teoría del desarrollo endógeno, se concentra más en identificar los mecanismos y factores que favorecen los procesos de crecimiento y cambio estructural y no sólo en la existencia de convergencia en términos de crecimiento. Garofoli, uno de los principales exponentes del llamado “nuevo regionalismo europeo”, define el desarrollo endógeno de la siguiente manera: “Desarrollo endógeno significa, en efecto, la capacidad para transformar el sistema socio-económico; la habilidad para reaccionar a los desafíos externos; la promoción del aprendizaje social; y la habilidad para introducir formas específicas de regulación social a nivel local que favorecen el desarrollo de las características anteriores. Desarrollo endógeno es, en otras palabras, la habilidad para innovar a nivel local”.
Todo territorio tiene un cierto potencial endógeno que comprende los recursos físicos y ecológicos, las aptitudes naturales y la energía de su población, la estructura urbana, el capital acumulado y sus instituciones. Esto se denomina potencial de innovación regional y territorial, y no es otra cosa que la red de actividades y funciones económicas de las empresas existentes en la región y de su entorno para generar nuevos productos y construir el potencial de nuevos mercados.
Pero lograr esto implica avanzar en el desarrollo de ciertas capacidades estructurales tanto en las empresas como en el entorno. En el caso de las empresas, resulta fundamental mejorar las capacidades de recolección y tratamiento de la información, los procesos de planificación, gestión y toma de decisiones, la incorporación de desarrollos tecnológicos, la investigación de mercados, la administración empresarial y la gestión financiera.
Por otra parte, para que las empresas puedan lograr lo expuesto en el párrafo anterior, resulta necesario que cuenten con un mercado laboral con un grado adecuado de diversificación y agentes con el grado de calificación necesario, instituciones financieras dispuestas a financiar los proyectos innovadores de las pequeñas empresas, una buena articulación entre las empresas y las instituciones científicas, y sistemas sociales con capacidad para absorber la evolución tecnológica y estructural.
Así, tal como expresa Boisier, el desarrollo territorial endógeno resulta asociado no sólo a factores tangibles, como la acumulación de capital físico sino, y sobre todo, a factores intangibles como el capital cognitivo (el saber socialmente distribuido), el cultural (identidad, tradiciones y prácticas), el social (que produce confianza interpersonal), el cívico(la confianza colectiva en las instituciones), el institucional (la modernidad organizacional), el capital humano y, finalmente el mediático (la construcción del imaginario colectivo). Estos factores, unidos a la capacidad de generar sinergias y al proyecto político territorial, producen inexorablemente desarrollo, o al menos, lo convierten en un hecho que puede ser inducido socialmente.
Lograr un desarrollo equilibrado del territorio supone entonces desafíos muy importantes que requieren un trabajo profundo y sostenido, no sólo para los actores nacionales responsables de la política económica y territorial, sino para los actores locales. Estos últimos son, en definitiva, los responsables de generar una gestión territorial pro-activa que permita sortear las restricciones que el entorno presenta y generar así un proceso paulatino de negociación institucional capaz de influenciar la conducta de los factores de crecimiento aumentando su aporte al desarrollo del territorio.
“Desarrollo endógeno significa, en efecto, la capacidad para transformar el sistema socio-económico; la habilidad para reaccionar a los desafíos externos; la promoción del aprendizaje social; y la habilidad para introducir formas específicas de regulación social a nivel local que favorecen el desarrollo de las características anteriores. Desarrollo endógeno es, en otras palabras, la habilidad para innovar a nivel local”.