Las personas tenemos la necesidad de comunicarnos. Esto para algunos puede ser una tarea titánica. Cómo lo hacemos, qué tono de voz usamos, qué dice nuestro cuerpo, son los indicios para comprender cuan competente somos comunicándonos con los que nos rodean. Las neurociencias sostienen que gracias al surgimiento del lenguaje, los seres humanos pudimos sobrevivir, crear familias y lazos de pertenencia, organizarnos en pequeños grupos para conseguir el alimento y asegurarnos un lugar para refugiarnos. Gracias al desarrollo de nuestro lóbulo frontal, parte fundamental de nuestro cerebro cortical, podemos realizar actividades complejas como reflexionar acerca de nosotros mismos, aprender de nuestros errores y expandir nuestra conciencia, buscando como fin último, trascender. Hablamos todo el día y en cada interacción, no somos conscientes de cómo lo hacemos. Podríamos decir que vivimos en el lenguaje. Ahora, aunque aprendemos a hablar antes que a caminar, a medida que nos relacionamos con los demás, nos damos cuenta que hablar no es saber conversar. La danza del conversar implica una relación entre el hablar y el escuchar. Las ciencias de la comunicación comprobaron que “yo digo lo que digo, pero el otro que escucha, escucha lo que él quiere”, porque resulta que es en “el escuchar” donde le impregnamos sentido al mensaje. ¿Cómo es esto?. Es porque “el escuchar” valida a “el hablar”. Es necesario que aprendamos a chequear si lo que el otro escuchó es lo que yo le quise decir porque naturalmente incurrimos en una distorsión. Por eso, es tan importante dar y